El
miércoles pasado, 27 de mayo de 2015, dejó su cuerpo físico mi maestro y amigo
José Luis Ontiveros. Como una manera de recordarlo y de mostrar cómo su
pensamiento sigue válido a través de las décadas, reproduzco esta entrevista
que le hice algún día de 1995 y que apareció publicada originalmente en el
suplemento Sábado de Uno más Uno.
AC.
A lo largo de las diferentes lecturas de
tu obra se han mostrado de manera relevante tres temas o tres áreas de
reflexión que son la literatura, la política y las ciencias ocultas. ¿Cuál es
la relación que planteas y cómo crees que pueden fusionarse en el quehacer
literario?
JLO.
Me propongo sustentar una cosmovisión, lo que se decía una Weltanschauung,
pero fundamentalmente a través de medios estéticos y literarios, no a través de
un sistema de pensamiento sino de imágenes que se revelen como en una
aparición, como en la función que cumple la oración para el creyente. Ahora, en
el Hotel de las Cuatro Estaciones es un propósito conservar un carácter
crítico y ambiguo y, por el mismo tema, que puede considerarse maldito,
abominable o polémico como es el personaje trágico que encarna Rudolf Hess,
llamado en un momento por un autor
italiano “La máscara de hierro de Spandau”. Yo creo entonces que el lector debe
esforzarse en el desciframiento, en el sistema de pistas oníricas desde una
lectura del símbolo y del mito. Creo que
más que ciencias ocultas sería el propósito de una vía iniciática tal como la
comprenden en la tradición Julius Evola y René Guenon. Ahora, creo que el tema tiene antecedentes en la
literatura mexicana cuando por ejemplo José Emilio Pacheco, desde otro ángulo
muy interesante, crea esa atmósfera en
su novela Morirás lejos. Y por otra parte creo que sería afín en cierto
sentido maldito o de desafío estético al Farabeuf de Salvador Elizondo,
mas siendo la mía una escritura más pasional cuando Farabeuf es producto
de una literatura abstracta y cerebralista. Yo creo entonces que esa trilogía
que tú marcas está definida a través de una concepción de valor estético donde
es fundamental la influencia del “Deutsches Requiem”, de Jorge Luis Borges.
AC.
Desarrollando esta primera pregunta un poco más, si en un momento dado tu
narrativa parece un instrumento político o de reflexión
espiritual, ¿de que manera se da esto? ¿Es mas importante que lo estético o solamente lo enriquece o lo matiza? ¿Hay una relación jerárquica entre
tus indiferentes intenciones autorales?
JLO.
Yo creo que sí, que mis intenciones son fundamentalmente literarias. Si no,
hubiera pensado en escribir más bien un tipo de reflexión política que está muy
lejos de mis intereses. A mí se me ubica más bien como un valor estético,
estrictamente estético-literario y metapolítico, lo cual resulta muy anómalo,
es cierto, respecto a lo que se acostumbra escribir en el trillado repertorio
costumbrista y sociológico, que es al que tiende una parte importante de mi
generación. Es un tipo de literatura light donde no hay propósitos estéticos. Al
contrario, yo diría que mi literatura exige una concepción difícil del quehacer
literario, a contracorriente de todo ese tipo de literatura bombón, chewing
gum, ¿no? Y en ese sentido resulta una revuelta desde una posición
artística contra el mundo de la trivialización y banalización de la existencia,
que es la subliteratura del consumo mercadotécnico.
AC.
En El Hotel de las Cuatro Estaciones, como en
tus primeras obras de ficción breve, hay una técnica de contrastes y
claroscuros, en virtud de la cual algún personaje destaca sobre o ante otros
personajes ¿Esto podría hacernos pensar en una recuperación del culto del
hombre extraordinario?
JLO.
Yo creo que es cierto, es real esa concepción tuya de mi obra. Hay en ella un
culto al héroe en el sentido de las virtudes de la caballería. Es lo que dice
Bioy Casares precisamente en un epígrafe que elijo para El Hotel de las
Cuatro Estaciones, precisamente que en un momento determinado uno debe
abandonar todo por un principio, por una idea, un sueño o una obsesión; es
decir, existe esta recuperación del sentido del aventurero y del héroe que se
sobrepone a la figura invertebrada, en gran parte senil y muchas veces
agusanada de un tipo de antihéroe ya desgastado por una porción importante de
la literatura contemporánea. De este héroe hablaba Max Weber, y en el mismo
sentido El Hotel de las Cuatro Estaciones es una metáfora de cómo los
reinos del mundo son efímeros y luminosos. Entonces yo diría que aquí existe
una reconquista del símbolo del héroe y de la gesta de caballería a través de
una concepción trágica de la existencia, la cual se plasma naturalmente en la
literatura y en el símbolo del personaje que encarna lo que puede ser, o bien
en una serie de relatos sobre un personaje que tiene esas características
formales o en una novela que algunos han
calificado de gótica y que puede leerse de las dos maneras. Entonces yo diría
que sí, efectivamente, hay un propósito de afirmación de los valores del héroe
sobre el mundo del tendero, del vender y comprar telas, y sobre el tonel del
ciudadano grasiento.
AC.
¿Esta recuperación de valores arcaicos elementales, incluso solares, y esta
crítica a la trivialización contemporánea nos lleva a una postura del escritor
ante su sociedad o a una función del escritor en la sociedad?
JLO.
Yo creo que sí. Y esta función es la del sentido propio de la revelación
profética, en donde el escritor no es más que un medio de las fuerzas de lo
alto, no del inconsciente ni del humus ni de las represiones del
paleofreudianismo, sino de una presencia activa del númen, del daimon,
del yin, del Espíritu Santo, del ángel de la guarda en la literatura,
que es el que te dirige y se manifiesta; yo creo que en ese sentido profundo la
literatura es la recuperación del sentido del mito, de la religión y de lo
sagrado en un mundo deslizable, posmoderno, superficial y sin arraigo ni
convicciones, un mundo donde dominan el
placer indomado y la muerte del espíritu.
AC.
Al llegar a este punto da la impresión de que el culto del hombre
extraordinario se convierte también en una idea del escritor extraordinario.
JLO.
Bueno, creo que no se puede escribir nada que no forme parte de la existencia
y, en un sentido profundo, de la experiencia espiritual. Entonces sí hay una
afinidad entre esa inmensa búsqueda del personaje trágico, que encarna en sí el
destino, y del escritor que es poseedor de una verdad superior a la de del
contrato social del totalitarismo democrático o a la ya enterrada del gulag
soviético, a la uniformidad, a la homologación cultural. Es una visión en donde
el escritor es un hombre más bien de capa y espada, como decía Drieu La
Rochelle: dispuesto a dar y recibir
golpes, no un simple amanuense, chupatintas, literato, gacetero, funiculario o
pensador entre comillas, no.
AC.
Todas estas características, esta organicidad en tu obra, esta convicción que
es evidente al leer cualquier cosa tuya han ido formando una personalidad
literaria muy diferente de las otras que se fueron desarrollando en la misma
época. Hablo concretamente de la generación de los nacidos en los cincuenta.
Los narradores de esta generación supuestamente han compartido lecturas,
maestros, un contexto histórico y social y, dentro de este contexto, tú eres
una figura muy aislada, diferente, que quizás haya sido adelantada puesto que
estos temas que tú empezaste a abordar hace ya más de una década ahora están
siendo recuperados por las nuevas generaciones. ¿Cómo te ubicas en relación con
tus contemporáneos?
JLO.
Sería difícil que estableciera yo correspondencias en un sentido orteguiano,
incluso con esta generación que —dice el pensador español y traductor de La
decadencia de Occidente— comprende
quince años. Fuera de ese lapso, yo pienso que en la literatura mexicana se
presenta un tipo de ruptura que yo encarno, en cuanto que no correspondo ni al
establecimiento de la derecha ni al de la izquierda en el sentido de la
formación intelectual. Yo diría que represento una posición transgresiva, inconformista,
que puede ser muy diabolizada y que por eso mismo también puede ser muy
atractiva. Siento que de alguna manera me sobrepuse a la influencia del medio
en una actitud de reacción creativa, de violencia espiritual creadora. Esa
sería mi posición.
AC.
Te planteaba esta afinidad mayor con escritores más jóvenes porque, ahora que
las utopías se han visto desacreditadas, parece renacer en los autores, y ya ni
siquiera en los de mi generación sino digamos en los nacidos en la década de
los setenta, una nostalgia por la aventura y por la violencia y un gusto por
ciertos ambientes góticos. En ese sentido, como observador que has sido de los
procesos de la evolución estética, ¿cuál camino crees que vaya a seguir la
literatura mexicana?
JLO.
Creo que afortunadamente hay un tipo de reacción, un movimiento a
contracorriente contra el predominio de las tendencias costumbristas de la
pseudoliteratura. Es una reacción de revelación del ser, y siento también que,
dadas las condiciones del mundo, no solamente en la literatura mexicana de esta
generación que emerge de los setenta, sino en todas, se observa un retorno al
sentido del misterio y de revuelta contra este mundo desmaravillado, dominado
por un estado mundialista, este mundo de la usura, las finanzas, el aniquilamiento
de los sueños. Entonces creo que los escritores quieren ser otra vez de alguna
manera los caballeros andantes de su estirpe y en este sentido hay todo un
campo, podríamos decir, de la fantasía heroica, de una ficción metahistórica,
de una presencia del héroe en cuanto símbolo, en cuanto hombre que se atreve a
romper con las reglas sociales y que en ese sentido es un bárbaro y no
corresponde a la normalidad de la civilización. La literatura se anticipa
naturalmente a la política en este mundo de las utopías racionales que se
desploman, desde el comunismo hasta este neoliberalismo agónico y opresor. Yo
creo también que la morfología de la cultura presenta entonces una respuesta en
donde lo fantástico que guarda en sí el sentido del misterio se rebela contra
la miseria de un mundo del que se ha tratado de extirpar el sentido de lo
sagrado. Yo creo entonces que la literatura de estos jóvenes que encuentran en
Kipling, en Lovecraft, en Borges nuestra tradición literaria, está
contraatacando a este mundo de la muerte del alma, de los muertos vivos.
AC.
Paralelamente con una concepción apocalíptica del mundo extraliterario se
advierte cierto optimismo en tu idea de
la literatura, ¿Tú crees que la literatura pueda salvar al mundo?
JLO.
Bueno, yo naturalmente que no soy optimista, soy partidario más bien de un
realismo heroico en términos de Jünger o de un pesimismo trágico como decían
Evola o Vasconcelos, pero yo creo que cuando en el mundo avanza el desierto,
como decía Nietzsche, es en la literatura donde podemos encontrar el refugio de
la plegaria, y que cuando las religiones en Occidente se han vaciado de
contenido, la literatura puede ser la manera de religar con las esferas
sutiles, con los poderes superiores, con las fuerzas de lo alto. Esta sería una
aspiración apocalíptica en el sentido de revelación como de final de un ciclo.