miércoles, septiembre 26, 2007

Genesis


La hija del hombre que mató a mi padre
es una niña blanca. Crece en su jardín
protegida por llamas que no ve.
Trepado en un árbol, disfrazado de serpiente
o de sapo, espío su risa.


La hija del hombre que mató a mi padre
no ha visto la noche ni ha tocado la tierra.
En sus ojos claros de niña blanca mi odio
se escondió como una abeja. La amo
sin cuchillos, sin fuego, sin hierros la amo. Apenas
podría tocarla con mis dedos duros.
Pero soy el que sigue: la flor de mi tribu.

La hija del hombre que mató a mi padre
está sentada devorando un toro.
Sus dedos rojos de niña blanca separan
piel y tejidos, desgarran, destrozan
la carne con finura de blanca. Sus dientes
se hincan como los dientes de su padre y los dientes
de su abuelo. Yo la amo sin armas,
sin puños cerrados, le haría un collar
con mis propios dientes. Pero en su sangre
brillan navajas y guarda en su seno
el estampido de mil disparos. Hace un año
le fueron servidos en una cazuela
los ojos de un héroe.

La hija del hombre que mató a mi padre
no tiene miedo. Se hacen pedazos
los vidrios de su casa y piensa que son
los gritos de las chachalacas. No desconfía
de mi aspecto de serpiente. Aquí, purísimo
y duro, tengo el fruto que ha de morder.

Entonces sabrá por qué gritan
las chachalacas y por qué las yeguas
patean las bardas. Y entonces su dios
la echará del jardín y los ojos de mi padre
volverán a ver.